miércoles, 1 de julio de 2009

Una historia de terror...


Anoche, como muchas otras, mi espiritu volo sin rumbo fijo, y acabe en un pequeño cementerio, no muy lejos de aqui.
Desde lo alto podia verlo en su totalidad, a los lados adosados un sinfin de ninchos, alguno muy deteriorados con marchitas flores, otros casi destrozados, los habia con cristalito tras del cual se veian pequeños jarros con florecillas de colores, de plastico o tela,
Algun mausoleo, muy pocos con bellos angeles custodiando a la muerte. (un dia os hablare de ella, tiene mala fama la pobre dama)
En el suelo, losas con un sinfin de cruces, y entre las piedra con mil inscripciones crecia el cesped.
Estando ahi recorde los viejos relatos de mi abuelita, eran terrribles y daban miedo, eran historias reales pasadas de padres a hijos, a ella le encantaba esplicarlas a sus amigos y familia, cuando lo hacia, yo solia esconderme tra un gran sofa, porque mis papas me tenian prohibido oirlas, Dioses como me gustaba esas historias y que miedo daban, ella las titulaba:"Muertos que comen en su sepulcro" y ademas tenia una memoria sorprendente hasta se acordaba de nombres y fechas era una mujer increible mi abuelita.
Aqui os pongo, lo que quedo en mi memoria, pues eran cosas tan terribles que nunca podre borrar de ella.

Dice asi:

A principios del siglo XVIII, Miguel Raufft publicó su De masticatione mortuorum in tumulis, en donde aseguraba y daba por probado que algunos muertos han devorado los forros de paño del interior de sus ataúdes, así como todo lo que estaba al alcance de su boca, y, en algunos casos, incluso su propia carne. Dice que en algunas partes de Alemania, para impedir que los muertos masquen, se les pone bajo el mentón un montoncito de tierra, se les introduce en la boca una moneda de plata y una piedra; y en otros países se les ata fuertemente la mandíbula con un pañuelo.

“Henry –escribe Raufft-, conde de Salm, a quien todos daban por muerto, fue enterrado vivo. En la iglesia de la abadía de Haute-Seille, en la que fuera enterrado, se oyeron por la noche grandes gritos y, por la mañana, al abrir su tumba, lo encontraron con la cabeza doblada hacia abajo y de bruces, mientras que en el momento de enterrarlo estaba en posición de decúbito supino y con la cabeza bien levantada”.

Raufft habla también de una mujer de Bohemia, que en el año de 1345 fue exhumada descubriéndose que se había comido su mortaja. Otro infeliz, un borracho que fue enterrado vivo en el siglo XVIII se había comido la carne de sus brazos. Una señorita de Rousburgo entró en estado de catalepsia y se le creyó muerta. Su cuerpo fue colocado en un sepulcro. Años después murió otro miembro de la familia. Se abrió el sepulcro y se encontró el cuerpo de la señorita junto a la losa que cerraba la entrada. Se había devorado los dedos de desesperación.

Espero no provocaros malos sueños, me sabria muy mal.

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